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Alejandro Magno: vive rápido y muere pronto

Nombre: Alejandro III de Macedonia
Lugar: Macedonia
Época: Antigua Grecia
Arma favorita: Espada
Característica: Rey
Es, sin duda, uno de los hombres más famosos de la historia, una de las primeras celebridades mundiales. Alejandro de Macedonia, conocido como el Magno, o el Grande, fue también uno de los más exitosos guerreros de la antigüedad, y de todos los tiempos.

Pocos que hayan pasado por la escuela no reconocerán su nombre, al igual que ocurre con Julio César, y no es para menos, pues sus andanzas y logros son material indispensable en los libros de texto y parte de nuestra cultura.

Un niño que nació para reinar, un joven que se preparó para luchar, y un hombre que cumplió con las expectativas de su padre, y luego las sobrepasó.

Pero Alejandro vivió rápido y murió joven, como muchos de aquellos cantantes y actores que abandonaron este mundo cuando parecía que apenas iniciaban sus conquistas.

La tumba de Alejandro Magno aún sigue siendo un misterio que rodea su figura

No sabremos nunca hasta dónde hubiese llegado con unos cuantos años más, pero estoy seguro que el mundo sería muy diferente. Aquí te ofrezco la biografía de Alejandro Magno para que puedas comprender en qué se basa su fama.

Alejandro hijo de Filipo

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Pocos kilómetros al sur del final de los Balcanes, en el centro de un pequeño valle bien regado por los ríos, aún existe el pueblo de Pella, en la provincia de Macedonia Central que pertenecía a Grecia.

Ahí nació Alèxandros en el verano del 356 a. de C. No se conoce la fecha exacta en nuestro calendario, pero sí que nació en el sexto día del mes de Hekatombaion, entre julio y agosto.

Su madre, Olimpia, era una de las esposas del rey de Macedonia, Filipo, quien en ese mismo día estaba ausente de Pella, poniendo sitio a varias decenas de kilómetros de su capital.

La noticia de su paternidad le llegó el mismo día. Junto con otra que le informaba la victoria de uno de sus generales contra el enemigo Ilirio, y la de sus caballos en los juegos olímpicos.

Filipo constantemente presumía de los buenos augurios que el nacimiento de Alejandro le habían traído.

¿Mito real o construido?

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Pero una leyenda no nace así como así, no. Su llegada al mundo fue rodeada, a posteriori, de historias que le convertían en hijo de Zeus, el jefe del Olimpo al que tanto le gustaba intimar con las más bellas humanas.

También se decía que, el mismo día que nació Alejandro, el Templo de Artemisa en Éfeso había sido consumido por las llamas, debido a que la Diosa estaba ocupada atendiendo el nacimiento del futuro rey.

Tal es el mito de un hombre destinado a la grandeza, aunque más de uno de sus biógrafos insinúan que pudo haber sido el mismo Alejandro quien inició dichas historias para engrandecer su nombre.

Lo que no se discute es la nobleza de Alejandro, heredero de la dinastía de los argéados, fundadores de Macedonia allá por el 700 antes de nuestra era.

El primero de una larga cadena de reyes, que terminaría poco después de la muerte de Alejandro, fue Carano, descendiente directo de Heracles (Hércules), aunque Herodoto dice que fue Perdiccas I.

En cualquier caso, el padre de Filipo, Perdiccas III, ya había consolidado el poder de los macedonios por toda Tracia y Filipo se había encargado de extenderlo aún más, a pesar de la hegemonía de Atenas y Esparta.

Infancia

Como corresponde a todo noble, antes como ahora, el príncipe fue criado por un equipo de mujeres de la corte, a cuyo cargo estaba Lanike, hermana mayor de Clito El Negro, quien sería uno de los amigos más cercanos en la edad adulta de Alejandro, y uno de sus mejores generales.

Además de la crianza, a partir de los seis años recibió clases de griego y matemáticas, y poco más tarde, Leónidas, pariente de Olimpia, se encargó de darle una instrucción más profunda en las ciencias, historia y gramática. Al mismo tiempo. El joven argéado aprendió las artes de la caza y la equitación, como todo noble macedonio.

Educación

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Para Filipo la educación de su hijo era de suma importancia. Él mismo no había estudiado y sentía que, además de ser un buen guerrero, un rey debe ser sabio. El conocimiento, la cultura, los idiomas, son grandes herramientas en la diplomacia y la gestión de un país. Si Alejandro iba a ser un gran rey, necesitaba una gran educación.

Para ello, Filipo reclutó los servicios del célebre filósofo Aristóteles, quien sólo accedió a firmar el contrato después de que Filipo reconstruyese su pueblo natal de Estagira, no muy lejano de Pella, que había sido destruido por el mismo Filipo ocho años antes.

El rey padre también tuvo que repoblar Estagira, recomprando de sus amos o liberando a sus antiguos habitantes, pero consiguió los servicios del filósofo.

Entre la edad de 13 y 16 años, Alejandro recibió las enseñanzas de Aristóteles junto con un grupo selecto de hijos de la nobleza, entre ellos Hefestión y Ptolomeo.

Este mismo grupo sería el núcleo de los Somatophylakes, los Guardaespaldas reales, que fueron más bien el Estado Mayor de Alejandro durante sus campañas en África y Asia. Fue un grupo de generales muy valientes, eficientes y leales con su rey hasta la muerte. Uno de los grandes secretos del éxito de Alejandro.

Príncipe becario

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Alejandro fue un buen jinete desde temprana edad, y de esta cualidad surge una de sus grandes leyendas. Cuando tenía 10 años, un vendedor de caballos mostró a Filipo un corcel azabache que quería venderle. El animal no se dejó montar y Filipo ordenó que se lo llevaran, pero Alejandro pidió a su  padre que esperara.

El niño se acercó al animal, y se dio cuenta de que se había asustado con su propia sombra. Con gestos tranquilos, Alejandro giró el perfil de la bestia hasta que dejó de ver su sombra, y se tranquilizó. Luego el príncipe pidió a su padre permiso para domarlo, a lo cual Filipo accedió, y también el caballo. Bucéfalo y su amo serían pareja durante dos décadas.

Cuando todavía Alejandro estudiaba, a los 16 años, recibió su primera oportunidad para actuar como heredero, quedan como regente de Pella mientras Filipo acudía a aplastar una rebelión. Otra rebelión saltó no muy lejana a Alejandro, en la Tracia Meda, y él mismo se ocupó de apagarla, repoblando la ciudad con habitantes griegos y bautizándola como Alejandrópolis.

Poco después, padre e hijo realizaron varias campañas conjuntas, hasta que en el año 338 a. de C. marcharon contra Atenas y Tebas, y reorganizaron la antigua alianza de ciudades-estado griegas, aunque fuese por la fuerza. Filipo también anunció que su intención a partir de ese momento era invadir Persia, campaña de conquista que iniciaría tan pronto organizara todos los detalles.

Rey inesperado

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De vuelta en Pella, sucedió un evento inesperado que cambiaría las delicadas relaciones entre padre e hijo. Filipo repudió a Olimpia, madre de Alejandro, y se casó con la joven Cleopatra Eurídice, con la que pronto tuvo un hijo.

Olimpia se exilió y Alejandro se fue con ella, molestos ambos con Filipo por poner en duda la condición de legítimo heredero de su hasta entonces único hijo. No obstante, Filipo y Alejandro se necesitaban uno a otro más de lo que solían reconocerlo, y pronto el príncipe estaba de vuelta al lado de su padre.

No por mucho tiempo. Durante la celebración de una boda, Filipo fue asesinado por uno de sus guardaespaldas, Pausanias. Dos de los Somatophylakes de Alejandro, Perdiccas y Leonnatus, persiguieron y dieron muerte a Pausanias, por lo que no se le pudo interrogar.

Desde un principio hubo rumores de que tanto Olimpia como el mismo Alejandro habían tenido que ver con el asesinato de Filipo, y las sospechas continúan en el presente, pero nadie, nunca ha podido probar ningún extremo.

Era el año 336, Alejandro tenía 20 años, y de pronto se vio coronado como rey de Macedonia, antes de que su medio hermano de un año pudiese hacer algo. Sobra decirlo, los Somatophylakes, amigos de la infancia y compañeros oficiales en el ejército, apoyaron a Alejandro. Comenzaba la leyenda y la creación de un imperio.

El nuevo rey de los macedonios tenía prisa. Probablemente para intentar acallar cualquier rumor de que él tuviese algo que ver con la muerte de Filipo, Alejandro se comprometió a seguir con su legado. Iría a Persia y la conquistaría, y luego ya se vería.

Pronto organizó su ejército, al cual se le unieron muchas unidades griegas, la mayoría de hoplitas. Él y sus amigos hablaron de estrategia, y enseñaron a sus soldados a realizar ciertos movimientos.

Se reconstruyó la flota, para que sirviera tanto de una extensión armada del ejército como para que funcionara como principal medio logístico, para mover tropas y suministros. Y por fin estuvieron listos.

Comienza la guerra

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Antes de partir hacia Asia, Alejandro visitó tanto el Peloponeso como los Balcanes, no como turista, sino para confirmar su liderazgo y como advertencia a cualquiera que intentase rebelarse durante su ausencia.

De hecho, tuvo que enfrentarse a varias tribus rebeldes, que fueron fácilmente vencidas.

Alejandro y sus generales, entrenados para la guerra, demostraron muy pronto que eran capaces de vencer a cualquiera, y en ello mucho tuvo que ver la confianza en sí mismo del líder.

Según los documentos que han llegado a nuestra era, en su mayoría por parte del historiador griego Plutarco, en sus Vidas Paralelas, Alejandro de Macedonia era un hombre con una confianza en sí mismo inusualmente alta.

Creía, o aparentaba creer, que era descendiente de dioses, y que tenía un destino glorioso de victoria y poder.

Creía o fingía creer que superaría al gran Aquiles, héroe de su tan leída y admirada Iliada.

Alejandro se lanzaba al campo de batalla como el torero, sin pensárselo dos veces, sin vacilar, sin creer un sólo momento que pueda perder la partida.

Pisando fuerte

Cuenta la leyenda que, tan pronto cruzó el Helesponto, clavó una lanza sobre la ardiente arena y proclamó que aceptaba Asia como un regalo de los dioses.

Es muy posible que todo este comportamiento fuese parte de un elaborado plan para dar confianza a sus hombres, y miedo al enemigo; por otra parte, también es posible que él mismo creyera sus patrañas.

Su postureo era exagerado hasta para sus generales, que por lo general se lo tomaban a broma, no así cuando la ira de Alejandro los ponía contra las cuerdas. En todo caso, el rey de lo macedonios llegó a Asia en mayo del 334 a. de  C, a Troya, escenario principal de la tragedia de su ídolo, Aquiles.

Ganándose los galones en Granicus

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Aquel mes de mayo del 334, pocos días después de haber cruzado el Bósforo,  Alejandro se enfrentó a su primera batalla en Asia . Los persas lo esperaban en la ribera del Río Granicus, pues creían que este sería un obstáculo para las fuerzas griegas.

Alejandro comandaba una fuerza de 32,000 soldados de a pie, 12,000 de los cuales eran macedonios y el resto aliados y mercenarios. Además, contaba con más de 5,000 jinetes.

Los persas tenían poco más de 25,000 soldados de infantería y 10,000 de caballería, y estaban bajo el mando, por cierto, de un griego, el mercenario Memnón. Algunos de los generales persas no confiaban en Memnón, por su nacionalidad, y no siempre le obedecieron.

La tarde del 3 de mayo, nos cuenta el biógrafo de Alejandro, Arrián, el general Parmenión sugirió a su líder esperar hasta la mañana siguiente, pero Alejandro insistió atacar esa misma tarde.

Aparentemente, y según otra fuente, el primer ataque de Alejandro no tuvo éxito, por lo que escuchó entonces a Parmenión y decidió esperar.

Mientras tanto, durante la noche, los exploradores griegos encontraron un vado en el río alejado de las posiciones persas, para así poder cruzar sin ser hostigados por el enemigo.

Cómo corregir sobre la marcha

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Antes del amanecer, Alejandro logró cruzar sus hoplitas y caballeros en aquel punto. La caballería persa se adelantó para hacer frente al enemigo antes de que pudiera formarse, pero fue recibida por los jinetes griegos, que les causaron múltiples bajas.

En esta primera refriega, el mismo Alejandro fue golpeado por un hacha, pero pudo recuperarse en poco tiempo, justo para cuando llegaba la infantería enemiga.

También durante la refriega, varios nobles persas cayeron, descabezando a varias de sus unidades. Entonces, el rey macedonio y sus hetaroi, la élite de su caballería, cargaron en su típica formación de cuña contra la línea persa, para enseguida girar hacia la izquierda y golpear por el flanco al centro que en esos momento se lanzaba contra los hoplitas griegos.

La infantería persa se abrió y los griegos aprovecharon para atacar.

Los persas habían subestimado a los griegos (o pensaron que no tendrían tiempo de cruzar a todos), y creyeron que con la caballería bastaría para vencerlos. No fue así, y lo pagaron caro. De los 18,000 mercenarios griegos que luchaban con Memnón, la mitad fueron ejecutados y el resto enviados como esclavos a Macedonia.

La realidad es que los persas no tenían un liderazgo sólido, y su infantería era de baja calidad, mientras que los soldados de Alejandro estaban entre sus mejores hombres, y todo el mundo tenía claro quién era el jefe, y seguían al pie de la letra sus instrucciones.

Durante el resto de la campaña se repetiría el patrón, Alejandro sugería una estrategia arriesgada, sus generales no estarían muy de acuerdo pero le obedecían, y el enemigo se veía sorprendido. Después de las batallas, los generales terminaban admitiendo que su jefe era un genio. El mito crecía.

Año 333

Después de la victoria en Granicus, las fuerzas helenas se dirigieron hacia la conquista de Siria, aunque en el invierno tuvieron que hacer una pausa debido a una enfermedad de Alejandro.

Parmenión se adelantó para ocupar una posición en el Golfo de Issos, a sabiendas de que Darío III, el rey de Persia preparaba un ejército masivo para enfrentarse a los helenos.

Descendiente directo de Ciro, Jerjes y Darío I, el entonces rey de los persas tenía un registro sin mancha en el campo de batalla, y regentaba el que era entonces el mayor imperio del mundo. No sería fácil la lucha contra él, y Alejandro lo sabía, pero tampoco era cuestión de rehuir el enfrentamiento.

No estamos seguros si lo que sucedió fue conscientemente planificado por Alejandro o fue el producto de la casualidad. Los griegos habían conquistado las ciudades de la costa oeste de Anatolia, con la intención de negar a Darío el uso de los puertos para contactar con su flota, activa en el Mediterráneo.

Luego, el ejército heleno continuó hasta el vértice que forma la Península Anatolia con el Levante, para reunirse con Parmenión, acampado en el pueblo de Isso.

Darío es derrotado en la batalla de Issos

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Darío estaba poco más al sur, en Sochi, y en noviembre del año 333 a. de C., se dirigió hacia el norte,y luego giró hacia el oeste, con la intención de bloquear a Parmenión y romper el contacto entre los dos ejércitos griegos, pero cuando llegó a la costa, se dio cuenta de que Alejandro ya había pasado y se había establecido en Tarso.

Ahora los persas estaban por detrás de las líneas griegas y habían roto sus líneas de suministro, pero no todo eran ventajas para Darío. Por una parte, sus fuerzas eran muy superiores en número.

Dependiendo de las fuentes, podrían haber sido entre 100 y 600 mil hombres, aunque los historiadores modernos se decantan más por la primera cifra.

El ejército macedonio no contaba con más de 40,000. La situación pintaba bien para los Persas.

Pero Darío, una vez más, subestimó a Alejandro. Este se dio cuenta que la zona en la que se enfrentarían los ejércitos, entre una cadena de montañas y el mar, no era lo suficientemente amplia para que Darío pudiese aprovechar su superioridad numérica.

Además, había un pequeño río entre las dos masas de hombres.

Alejandro, con esa habilidad estratégica que le caracterizaba, pensó en un plan audaz que, en un principio, sus generales tardaron en aceptar.

El día de la batalla, 5 de noviembre, la caballería helena, liderada por Alejandro, atacó por la derecha, sabiendo que Darío había concentrado sus mejores hombres por la izquierda, frente a Parmenión.

La idea era que este aguantara durante unos minutos el envite de los persas, mientras que su rey rompía al ejército enemigo. Y así sucedió. Darío atacó con su caballería y más de 20,000 hombres en el flanco oeste, y Parmenión resistió.

Mientras tanto, Alejandro avanzó sobre los persas en el extremo pegado a la montaña, lo que limitaba los movimientos del enemigo. Primero lo hizo a pie, liderando a los hipaspistas, y logró abrir un hueco en las líneas persas.

Seguido, Alejandro montó a Bucéfalo y dirigió a su caballería en un ataque directo contra Darío, que se vio sorprendido y tuvo que huir el campo de batalla.

Sin su líder, el resto del ejército persa se desorganizó y salió huyendo, con los griegos por detrás masacrando a todos los que pudieron. Fue una victoria decisiva sobre Darío, que huyó tan rápido que dejó detrás a su madre, Sisigambis, a su esposa, Stateira, y a dos de sus hijas.

Todas fueron capturadas por Alejandro, que las trató con todo el respeto que merecían las mujeres nobles. El rey de los macedonios terminaría casándose más tarde con una de las hijas de Darío, Stateira II.

La cúspide en Gaugamela

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Al año siguiente, Alejandro se ocupó de conquistar el resto de Siria y la costa levantina. No fue una campaña sencilla, y en Tiro los griegos tuvieron que esforzarse para capturarla después de un sitio de varios meses.

Camino al sur, hacia Egipto, otro sitio fue necesario para conquistar Gaza, y ahí Alejandro recibió una herida en el hombro, por lo que decidió tomar un respiro. A finales del año 332, entró finalmente en Egipto, ya abandonado por Darío, y una a una las ciudades egipcias se rindieron sin luchar.

Pero Alejandro tenía prisa, y no tardó mucho en volver sobre sus pasos para terminar con Darío y la conquista del imperio. Su objetivo en Asia menor estaba claro, conquistar Babilonia, acabar con el Imperio Persa, y llegar más lejos que Aquiles.

En enero del 331 los griegos ya estaban de vuelta en Tiro tras abandonar Egipto, y para el verano, Alejandro y sus hombres entraban en Mesopotamia. Una vez cruzado el Éufrates y el Tigris, los griegos viraron hacia el sur, y pronto se encontraron con un destacamento de caballería persa.

Algunos de estos hombres fueron hechos prisioneros, y confesaron que Darío amasaba una fuerza colosal en Gaugamela, cerca de la actual Mosul, en Iraq.

Ejércitos

Nuevamente los historiadores modernos difieren de los de la antigüedad sobre el tamaño de las fuerzas de darío. Según los griegos, podrían ser entre 200,000 y 300,000, pero pocos en la actualidad creen que en aquel entonces fuese posible suministrar un grupo tan grande.

Las cifras más aceptadas giran en torno a los 100,000 hombres, con todo una fuerza considerable, y esta vez acompañada de carros y elefantes indios.

Darío eligió una planicie en Gaugamela porque quería aprovechar todas sus fuerzas al mismo tiempo, al contrario de lo que le había sucedido en Isso dos años antes, donde la estrechez del terreno le jugó una mala pasada.

La batalla tuvo lugar el 1 de octubre del 331, y lo podemos calcular porque ese mismo día ocurrió un eclipse lunar. Alejandro, nuevamente en inferioridad numérica de 2 a 1, eligió repetir la táctica de Isso, dejando a propósito su flanco izquierdo más débil, al mando de Parmenión, y buscando así atraer al grueso de los persas.

Mientras tanto, él y su caballería atacaría por el flanco derecho.

El plan funcionó.

Se repite la estrategia

Darío atacó por el centro con su infantería y por la izquierda con su caballería, sobre el punto débil de Parmenión. Mientras tanto, ordenó a otro contingente de caballería seguir a Alejandro, que se alejó hacia la derecha, con la intención de flanquear a los persas.

Al separarse la caballería persa del centro, dejó un hueco en las líneas, que los helenos no pudieron aprovechar. Durante unos minutos, mientras Parmenión sufría para resistir el envite, Alejandro continuó cabalgando hacia la derecha, casi como si quisiera alejarse del campo de batalla.

En un momento fríamente calculado, y cuando la caballería persa se había quedado atrás, Alejandro viró y se dirigió hacia el centro del ejército persa, justamente donde tenía su mando Darío.

Fue todo tan rápido que, cuando los inmortales de la guardia personal del rey persa se dieron cuenta, ya tenían a la caballería macedonia encima. Darío, una vez más, tuvo que huir en el último momento.

Alejandro pensó en perseguirlo y acabar con él de una vez por todas, pero prefirió acudir en ayuda de Parmenión, cuyas fuerzas estaban a punto de flaquear.

En cualquier caso, fue una victoria aplastante como otras batallas y, aunque Darío pudo escapar, perdió su ejército, y durante unos meses vagó de un lado a otro de Asia Central hasta que su guardia personal lo asesinó. Alejandro ya era el señor y rey, era la cúspide de su campaña; Persia había dejado de existir.

Durante un tiempo, Alejandro disfrutó de sus éxitos tras la conquista del Imperio Persa. Entró en Babilonia (donde sus hombres, borrachos, la saquearon), y la convirtió en la capital de su reino. Sus soldados y generales ya no tenían ninguna duda de que estaban guiados por un genio, por un líder perfecto.

En los próximos años los griegos también capturaron Susa y Persépolis, la ciudad sagrada de los persas, y posteriormente avanzaron hacia el norte y el este, barriendo los restos del imperio aqueménida y estableciendo sus propias satrapías. Alejandro aprovechó para casarse con Roxana, hija de uno de sus nuevos sátrapas, y quien le daría un hijo. Cualquier otro hubiese dado por finalizada la campaña y vuelto a la patria para disfrutar de los expolios, pero no Alejandro.

Más allá del mundo

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El Magno fijó la vista en la India, cercana ya desde Gandhara, donde había reunido a sus gobernadores y generales. En el invierno del 327-326, por fin atacó, y en un principio pudo acabar con cualquier enemigo que se le puso enfrente.

Sin embargo, la lucha era cada vez más sangrienta; ganar territorio costaba cada vez más dinero y más hombres.

El mismo Alejandro fue herido dos veces, y hasta su querido Bucéfalo dio sus últimos soplidos en tierras indias. Finalmente, sus soldados se rebelaron y exigieron volver a casa para ver a sus familias, después de siete años de ausencia.

Los generales se mantuvieron leales a su rey pero entendían a los hombres, y terminaron convenciendo a Alejandro de que era tiempo de abandonar la India. El avance había terminado.

No alcanzaría a ver el fin del mundo; no sobrepasaría el límite de los mares, pero Alejandro el Magno, había excedido todas las expectativas, conquistando en una década más de lo que cualquier otro guerrero logra en toda su vida, salvo otro del que hablaremos muy pronto.

Alejandro decidió frenar su campaña, pero bajo la  presión de sus hombres, exhaustos de batalla, necesitados de mujer y familia.

Vuelta a Babilonia

Los griegos tomaron el camino de vuelta hacia Susa, donde Alejandro ejecutó a varios sátrapas que lo habían traicionado en su ausencia, y luego a Babilonia, en algún momento del año 324.

Ahí llevó a cabo varias tareas organizativas de sus entonces ya grandes posesiones, arregló matrimonios entre sus oficiales y aliados y repartió parte de sus ganancias entre los soldados más veteranos.

Al poco tiempo, en un viaje a Ecbatana para recoger buena parte del tesoro acumulado, su amigo de la infancia, general distinguido y posible amante, Hefestión, murió de repente de una infección.

Su muerte fue un golpe muy duro para Alejandro, que le lloró durante dos semanas. Algunos de sus contemporáneos dijeron que desde ese momento ya no fue el mismo.

De todos modos, Alejandro no le sobreviviría por mucho tiempo. A finales de mayo del 323 antes de nuestra era, aparentemente, Alejandro abusó del alcohol una noche (como casi todas), pero se levantó a la mañana siguiente con fiebre.

El estado del rey macedonio empeoró, y sus hombres hicieron fila para poder verlo. Finalmente, en la noche del 10 al 11 de junio, Alejandro de Macedonia expiró por última vez. ¿A qué edad murió Alejandro Magno? Tenía 33 años al fallecer, y llevaba 10 fuera de Grecia.

Una de las conocidas frases de Alejandro Magno se produjo precisamente en el momento de su muerte. Al serle preguntado quién heredaría su tiempo, él respondió: «Al más fuerte», dejando así la incógnita en el aire acerca de cuáles habrían sido realmente sus deseos.

Alejandro fue uno de los primeros grandes guerreros de la historia, conquistando todo aquel territorio que puso en su mira. Fue el primer gran estratega, y uno de los líderes más amados y respetados de la antigüedad. Pero su vida se vio truncada muy pronto, y sus conquistas duraron muy poco después de su muerte.

La localización de la tumba de Alejandro Magno sigue siendo un misterio aunque la teoría más aceptada es que estaba en Alejandría, pese a que no se ha encontrado ninguna evidencia definitiva. Quizá algún día la veamos expuesta en algún museo arqueológico.

El imperio trans-nacional que quería construir, se vio repartido entre sus generales más cercanos. Roxana y su hijo fueron asesinados, y en Pella Olimpia perdía su poder e influencia.

Grecia estaba en decadencia, y Macedonia también. En poco tiempo una nueva potencia invadiría el Peloponeso, y subiría a Alejandro a las páginas más ilustres de la historia de la guerra, páginas que aún ocupa.

Fuentes: Alejandro Magno, Pierre Briant. Siglo XXI Editores, 2012.

Alejandro, Valerio Massimo Manfredi.

 

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Documental sobre Alejandro Magno

Este gran guerrero dejó huella en la historia del mundo, en el vídeo de a continuación puedes ampliar mucho más la información ya que se detallarán partes muy importantes de su vida que hicieron mella:

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