La Batalla de Pavía tuvo lugar el 24 de febrero de 1525 cerca de la ciudad italiana de Pavía. Enfrentó al ejército germano-español del emperador Carlos V y a las tropas francesas del rey Francisco I.
Se dice que es la primera batalla en la que se mostró el poderío de los Tercios españoles y en la que la caballería comenzó a verse como un método anticuado y menos eficaz que los arcabuces en el campo de batalla.
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Los antecedentes de la batalla de Pavía
Tras la Guerra de los Cien Años, Francia parecía destinada a ser quien se alzara por encima del resto de países de Europa dada su buena posición geográfica y el aumento progresivo de su población.
Si se suma a esto el hecho de que el rey Carlos I obtuvo además el título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1520, Francia comenzó a sentirse amenazada por el creciente poder de este nuevo rey.
Además, el rey de Francia, Francisco I, había pretendido ese título para sí mismo por lo que buscó su compensación mediante la anexión de los territorios que comprendían el ducado de Milán, también conocidos como el Milanesado.
Esto provocó que a lo largo de casi cuatro años se produjeran continuos enfrentamientos entre Francisco I de Francia y el emperador Carlos en la Península Itálica
El primer choque entre los ejércitos de ambos se produjo en la ciudad de Bicoca, en Monza, al norte de Italia, el 27 de abril de 1522.
La facilidad de esta batalla residió en el hecho de que al subir una cuesta los soldados del ejército francés, se pusieron a tiro de los arcabuceros españoles quienes los recibieron a disparos haciéndoles huir sin que ni siquiera se presentara una batalla real.
El segundo enfrentamiento tuvo lugar en Sesia, en el Piamonte italiano. El ejército francés, compuesto por 40.000 hombres, se dirigió directamente hacia el Milanesado pero las tropas de Carlos lograron rechazarlo de nuevo.
Como respuesta, varios aliados de Carlos I fueron a invadir la Provenza pero una demora en el sitio de Marsella provocó que el ejército francés llegara a Aviñón y tuvieron que huir sin llegar a tomar la ciudad.
El 25 de octubre de 1524, el rey Francisco I de Francia cruzó los Alpes con sus tropas entrando en la ciudad de Milán en los primeros días de noviembre.
Los soldados españoles no tuvieron más remedio que evacuar la ciudad y refugiarse en otras plazas como Lodi, en Lombardía.
En Pavía se atrincheraron bajo las órdenes de Antonio de Leyva 5.000 lansquenetes alemanes, 1.000 soldados españoles y 300 jinetes pesados. El ejército francés, entonces, sitió Pavía con 30.000 hombres y una increíble artillería compuesta por las 50 de piezas.
El sitio de Pavía
Al extenderse la noticia de que el ejército francés estaba rodeando Pavía esperando la rendición de las tropas atrincharadas allí, 15.000 lansquenetes alemanes y austriacos se pusieron en marcha desde Alemania para romper el sitio de Pavía y expulsar a los franceses de las tierras del Milanesado.
Ante esta situación,el rey Francisco I decidió dividir sus tropas para enviar a parte de ellas a Nápoles y a Génova donde tendrían que establecerse como puntos fuertes ante el avance del ejército alemán.
Mientras tanto, las cosas se complicaban en Pavía para el ejército de Carlos I.
Ante estas dificultades, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían resistiendo ante los franceses aunque no estuvieran cobrando su sueldo. Los suizos y los alemanes acabaron por tomar su ejemplo y no ceder en su defensa de Pavía.
Ya bien entrado el mes de enero comenzaron a llegar los refuerzos y se logró capturar San Angelo, un puesto ocupado por el ejército francés.
De este modo, se cortaba todo contacto entre Pavía y Milán, incomunicando así a buena parte del ejército de Francisco I.
Más adelante, caería también el castillo de Mirabello, alrededor del cual se agrupaba el grueso de las tropas francesas.
Cuando los refuerzos llegaron a Pavía, el recuento de fuerzas era el siguiente: 6.000 soldados españoles, 13.000 soldados de infantería alemanes, 3.000 soldados italianos, 2.300 hombres a caballo y casi 30 cañones. De hecho, éstos últimos fueron los que iniciaron la batalla de Pavía abriendo fuego contra las tropas francesas.
Confiaban en que los hombres atrincherados dentro de Pavía estaban en muy malas condiciones y que acabarían rindiéndose por la falta de abastecimiento por lo que incluso se atrevieron a volver a bombardear los muros de Pavía.
Las tropas imperiales, además, fingieron varios ataques nocturnos a las tropas francesas que hicieron que éstas se relajaran al ver que todo quedaba en amagos.
La reacción no se hizo esperar y una noche, el ataque del ejército imperial resultó no ser un amago.
Estos encamisados abrieron tres brechas en las defensas del campamento francés por las que, al amanecer, penetraron el resto de soldados.
Los piqueros flanqueados por la caballería comenzaron a abrirse paso entre las filas de soldados franceses mientras los tercios y los lansquenetes avanzaban manteniendo la forma compacta y adelantando su largas lanzas, protegiendo así a los arcabuceros.
Los jinetes franceses fueron derribados con relativa facilidad sin que ni siquiera tuvieran que entrar en acción los soldados de infantería.
Eso sí, los franceses lograron destruir buena parte de la artillería del ejército imperial aunque para ello tuvieron que sacrificar la retaguardia de sus tropas.
Indudablemente, esta decisión del rey francés benefició a las tropas imperiales cuya artillería estaba seriamente mermada.
Fue en ese momento en el que los 3.000 arcabuceros españoles acabaron con buena parte de los jinetes franceses. La caballería y la infantería imperiales, mientras tanto, se enfrentaban a los soldados de infantería franceses.
Fue en ese momento en el que Antonio de Leyva decidió sacar a sus hombres de Pavía para apoyar a los refuerzos que poco a poco comenzaban a dominar la situación.
Vista la situación, el principal consejero militar del rey Francisco I de Francia se suicidó arrojándose contra las fuerzas imperiales en busca de una muerte heroica.
Las bajas por parte del ejército francés ascendieron a 10.000 hombres y la batalla de Pavía finalizó con la captura del mismísimo rey de Francia por parte de Juan de Urbieta, Diego Dávila y Alonso Pita, aunque estos hombres ni siquiera eran ni remotamente conscientes en ese momento de a quién estaban haciendo prisionero aunque por la riqueza de sus ropas sí adivinaban que se trataba de alguien importante.
Francisco I pudo ser capturado porque el disparo de Cesaro Hercolani, soldado italiano que recibió el nombre de «vencedor de Pavía», derribó su caballo haciéndole caer y quedando aprisionado bajo el peso del animal.
Descabezadas las tropas francesas al haber caído en la batalla muchos de sus oficiales, los soldados enseguida se mostraron confusos y desorganizados.
Las bajas por parte del ejército imperial ascendieron a unos 700 hombres entre muertos y heridos. En apenas cuatro horas, las tropas del emperador Carlos V habían derrotado de forma estrepitosa al ejército francés.
Ante la extrañeza del monarca, el soldado le explicó que esa mañana había puesto en su arcabuz diez balas de plata y una de oro.
Las de plata habían acabado con las vidas de hombres franceses notables y la de oro, aunque la tenía reservada para acabar con la vida del rey de Francia, prefirió entregársela para que pudiera pagar su rescate al tener la bala un valor de ocho ducados, casi unos 900 euros actuales.
Las consecuencias de la batalla de Pavía
El rey de Francia, Francisco I, fue llevado como prisionero a Madrid el 12 de agosto de 1525.
Estuvo recluido en la Casa y Corte de los Lujanes en la Plaza de Villa, aunque hay quien dice que solamente estuvo allí unos días de forma provisional antes de ser trasladado al Alcázar de los Austrias, donde actualmente se levanta el Palacio Real o la Catedral de la Almudena.
En la armería del Palacio Real quedó la espada que Francisco I entregó al emperador Carlos en señal de rendición pero ya en época napoleónica, Murat exigió la devolución del arma al rey de Francia y así se hizo.
Siguiendo con las condiciones del tratado, Francisco I tendría que contraer matrimonio con Leonor de Austria, la hermana del emperador Carlos, y enviar a dos de sus hijos a España como garantía para el cumplimiento del tratado.
De esta situación también existe otra versión que afirma que, en realidad, el emperador Carlos se portó muy bien con su primo Francisco y que lo colmó de atenciones mientras estuvo retenido en Madrid, permitiéndole incluso salir a cazar aunque siempre escoltado por soldados de infantería españoles.
En cuanto Francisco I llegó de regreso a Francia, el parlamento le obligó a renegar de ese tratado ya que como rey, era su obligación proteger el territorio francés y ese acuerdo estaba en contra de aquel deber.
Francisco aceptó y alegó que había sido coaccionado para firmar ese tratado y que, por tanto, no tenía validez.
Sin embargo, tres años más tarde se vio obligado a ratificarlo en la Paz de Cambrai de 1529.
Sin embargo, antes de eso, Francisco I se alió con el Papa Clemente VII para volver a enfrentarse con la monarquía hispánica y el Sacro Imperio Romano Germánico, atacando posesiones españolas en Italia.
Esto condujo a que el emperador Carlos se dirigiera hasta Roma para saquearla el 6 de mayo de 1527.
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