La batalla de las Termópilas tuvo lugar en agosto o septiembre del año 480 a.C. dentro del contexto de las Guerras Médicas. Enfrentó al ejército persa de Jerjes I y al ejército de las ciudades-estado griegas liderado por Leónidas. Es la batalla que aún sirva como paradigma del valor de los espartanos y su sacrificio.
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Los antecedentes de la batalla de las Termópilas
En el siglo V a.C. los griegos habían comenzado a expandirse por el mar Mediterráneo hacia Occidente pero también hacia Oriente, creando colonias comerciales en las costas de Asia Menor.
Los territorios en los que se fundaron estas colonias estaban dominados por el imperio aqueménida que decidió concederles bastante autonomía.
Para conseguirlo, decidieron pedir ayuda a los griegos continentales. Los espartanos se negaron a participar pero los atenienses sí ofrecieron su ayuda a los colonos comenzando así las Guerras Médicas.
Atenas y Eritria fueron las primeras en enfrentarse al rey persa Darío I apoyando la revuelta jónica que tuvo lugar entre los años 499 y 494 a.C.
Estas rebeliones suponían además un grave problema para el rey Darío I, quien acababa de sofocar revueltas en su contra debido a su manera de acceder al trono -asesinando a Gaumata, su antecesor- y no podía consentir más rebeliones en su contra.
Darío I prometió castigar con mucha dureza no solamente a los jonios que se habían levantado contra él sino también a todos los que les hubieran ayudado, encontrando así la excusa perfecta para tratar de invadir Grecia.
En el año 492 a.C. envío una expedición dirigida por el general Mardonio para que se ocupara de reconquistar Tracia y también de conseguir que Macedonia se convirtiera en vasalla del Imperio Persa. De esta manera, Darío I trataba de acorralar a las ciudades griegas para una posterior invasión.
Al año siguiente, en el 491 a.C., Darío I envió a sus emisarios a las ciudades griegas solicitando que se le entregara la tierra y el agua, símbolo de sumisión. La mayoría de las ciudades griegas accedieron debido a la demostración de fuerza que Darío había hecho en Tracia y Macedonia el año anterior pero en Atenas y Esparta, la cosa fue diferente.
Aunque en principio Esparta se había negado a asistir a los colonos jónicos, esta respuesta al mensaje de Darío hizo que entraran en guerra con el Imperio Persa al igual que Atenas.
En 490 a.C. Darío I preparó la invasión de Grecia. Atacó Naxos y logró someter a las Cícladas; destruyó Eritrea y desembarcó finalmente en la bahía de Maratón, cerca de Atenas.
El ejército persa era muy superior en número al ateniense pero a pesar de todo, éste logró una importante victoria provocando que Darío retirara a sus tropas de Grecia para regresar a Asia.
A pesar de haber ejecutado a los emisarios persas, Esparta seguía pensando que aquella guerra no tenía nada que ver con ellos ya que no habían fundado colonias en Asia Menor y el problema allí no les concernía.
Darío, obviamente, no se conformó con esta derrota y comenzó a organizar a su ejército de nuevo para volver a Grecia; sin embargo, sus planes se vieron retrasados primero por una revuelta en Egipto y después, por su propia muerte en el año 486 a.C. mientras preparaba la expedición a Egipto.
El trono de Persia fue a parar entonces a su hijo Jerjes I quien heredó punto por punto los planes que su padre había dejado a medias. Primero se ocupó de aplastar a los rebeldes de Egipto y después, siguió con los preparativos de la invasión a Grecia.
Pero los atenienses no estaban de brazos cruzados, pues eran muy conscientes de que los persas volverían a intentar la invasión.
En el año 482 a.C. Temístocles ordenó construir una enorme flota de trirremes necesarios para combatir a los persas por mar.
Mientras tanto, Jerjes envió emisarios a todas las ciudades griegas con el mismo mensaje de su padre hace años atrás, pero en esta ocasión ninguno de sus mensajeros fueron ni a Atenas ni a Esparta.
A pesar de todo, varias ciudades griegas comenzaron a tomar posiciones al lado de estas dos polis por lo que se acabó celebrando una reunión de ciudades en Corinto a finales del año 481 a.C.
Como resultado de este congreso surgió una confederación de varias ciudades-estado, un hecho histórico ya que a lo largo de su existencia estas ciudades habían sido muy independientes unas de otras y de hecho, entre algunas aún había guerras abiertas.
En el año 480 a.C., en primavera, las ciudades volvieron a reunirse. Los tesalios propusieron que el ejército fuera al valle de Tempe para obstaculizar el paso de las tropas persas.
10.000 griegos se dirigieron hacia allí pero un aviso de Alejandro I de Macedonia advirtiéndoles de que el valle se podía rodear y del enorme tamaño del ejército persa hizo que se retiraran. Jerjes I pasó así al Helesponto con facilidad.
La confederación aceptó el plan y al mismo tiempo, protegió a las mujeres y niños en Trecén y se preparó una defensa alternativa en el istmo de Corinto.
Los ejércitos de la batalla de las Termópilas
El ejército de Jerjes I
Ha habido muchos debates en torno al número de soldados que componían las tropas del rey persa Jerjes I, especialmente porque en las fuentes clásicas las cantidades han tendido a exagerarse en exceso.
Heródoto mencionaba a dos millones y medio de militares, esto es, que a esa cantidad habría que sumar el resto de personal de avituallamiento y apoyo del ejército.
A pesar de la exageración de las cifras de Heródoto, no se han cuestionado demasiado a lo largo de la historiografía.
Simónides de Ceos, quien fue contemporáneo a los hechos, elevó aún más esta cantidad hasta llevarla a los cuatro millones de soldados. Ctesias, quizá acercándose más a la realidad, habló de 800.000 hombres.
Hoy día, las cifras de las fuentes antiguas se consideran irreales por completo ya sea por exageraciones hechas ex profeso con fines políticos y propagandísticos o por errores de cálculo o traducción.
Otra duda que se tiene acerca del ejército persa es si estaba al completo en el paso de las Termópilas ya que no se sabe si Jerjes I dejó guarniciones en otras zonas de Grecia o si avanzó con su ejército al completo.
El ejército griego
Si hacemos caso a los datos que proporcionan Heródoto y Diodoro Sículo, el ejército griego contaría con unos 6.000 soldados (según Heródoto) o 7.500 (según Diodoro Sículo) incluyendo no solamente a los soldados del Peloponeso sino también a los de otras regiones como los tebanos, los focidios o los tespios.
De todos estos, los lacedemonios serían aproximadamente 1.000, entre los que se encontrarían los famosos 300 hoplitas del rey Leónidas de Esparta.
El resto se cree que serían ilotas, esclavos espartanos que podrían haber hecho las funciones de escuderos de los hoplitas ya que había cadáveres suyos en el campo de batalla, tal como Jerjes mostró al público.
De todos modos, las cifras de Heródoto y Diodoro Sículo no coinciden así que hay dudas.
En cualquier caso, estas divisiones siguen en duda porque además, en mitad de la batalla la mayor parte del ejército se retiró y los números volvieron a cambiar.
Así fue la batalla de las Termópilas
Los persas llevaban ya cinco días apostados en las Termópilas cuando al fin Jerjes I se decidió a atacar a los griegos.
Estos primeros soldados se lanzaron en un ataque frontal contra los griegos apostados en la parte más estrecha del paso pero al tratarse de soldados de infantería ligera estaban en clara desventaja ante los armados y resistentes hoplitas griegos.
La táctica habitual de los persas, que consistía en lanzarse contra el enemigo para abrumarlo y si no funcionaba, usar a los Inmortales, no funcionó ante los hoplitas.
Heródoto dice que las filas de hoplitas rotaban entre las distintas ciudades, pasando a la retaguardia los que habían estado resistiendo en primera fila, por lo que los griegos contra los que se lanzaban los persas siempre estaban descansados y frescos.
Incluso cuando Jerjes I se decidió al fin a enviar a sus Inmortales, éstos acabaron masacrados por los hoplitas que habían fingido una retirada para aprovechar el desconcierto y el desorden entre las tropas persas.
El primer día de batalla Jerjes I no consiguió absolutamente nada más que perder miles de sus hombres mientras que apenas hubo bajas entre los hoplitas griegos.
Mientras tanto, un hombre que se encontraba en el campamento persa escapó y acudió ante Leónidas para advertirle acerca de la traición de Efialtes.
Heródoto, sin embargo, no habla de este hombre sino que dice que Leónidas se enteró de la llegada de los Inmortales por sus propios vigías y también por desertores del ejército persa.
Los griegos atacaron el campamento persa esa misma noche causando una auténtica matanza en la que, presumiblemente, también habría muerto Jerjes aunque Heródoto no lo menciona.
Al tercer día, los Inmortales habían conseguido rodear el paso de las Termópilas y los vigías corrieron a avisar a Leónidas, quien convocó un consejo de guerra.
Algunos como los tebanos o los hombres de Tespias también permanecieron junto a los espartanos.
La batalla cuerpo a cuerpo fue cruenta y el propio Leónidas murió en ella, peleándose los dos bandos por hacerse con su cuerpo hasta que al fin los griegos consiguieron hacerse con él.
Los aliados griegos fueron retirándose hasta protegerse tras una colina, entregándose los tebanos ante los persas para ser prisioneros.
Finalmente, los griegos fueron rodeados y Jerjes mandó lanzar flechas tras la colina hasta que todos los griegos estuvieron muertos.
Las consecuencias de la batalla de las Termópilas
Una vez que las Termópilas quedaron abiertas ante los persas, se detuvo la batalla naval de Artemisio y los barcos se dirigieron hacia el golfo Sarónico donde se recogió a la población ateniense para llevarla hasta Salamina.
Los persas siguieron su avance destruyendo y quemando Plastea y Tespias para llegar después hasta Atenas, que ya había sido evacuada.
Los griegos, mientras tanto, preparaban una nueva defensa en el istmo de Corinto mediante la construcción de una muralla.
La idea era repetir la estrategia de las Termópilas: retener al ejército persa allí mientras se realizaba una operación de despiste por mar.
Jerjes se retiró entonces a Asia, temiendo que los griegos pudieran destruir los puentes del Helesponto impidiéndoles la huida y acorralándoles.
Dejó a un pequeño destacamento para que siguiera con la invasión al año siguiente.
En la batalla de Platea, los griegos destruyeron definitivamente al ejército persa incluyendo a lo que quedaba de su flota, deteniendo así la invasión de Grecia por parte del Imperio Persa
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